Al igual que años anteriores, 2020 comenzó con una nota de esperanza. El número -2020- en sí mismo fue inspirador, sugiriendo una claridad y agudeza visual óptimas. La pandemia de COVID-19 y los recientes disturbios civiles han cambiado la vida cotidiana, poniendo a prueba nuestra resiliencia. No sabemos cómo vamos a vivir la ‘nueva normalidad’. Durante la nueva normalidad estaremos de luto por las vidas, momentos y oportunidades perdidas. Pero con suerte, la nueva normalidad también traerá una nueva apreciación por la conexión, la libertad de hacer las cosas que disfrutamos, el toque humano e incluso la tecnología. Esperamos que la nueva normalidad esté llena de esperanza por la igualdad, la empatía y el diálogo sobre lo que nos une para superar lo que nos divide. Aunque no siempre podemos evitar o eliminar el sufrimiento y el dolor, podemos practicar la empatía y escuchar para comprender y no para estar de acuerdo. Podemos intentar tener conversaciones incómodas que lleven a la comprensión y al amor. Podemos trabajar para encontrar nuestra propia voz y luego usarla para cultivar la esperanza y el amor.
El caso de Vicente: No puedo hablar en público
Vicente era un hombre con muchos años de carrera política a sus espaldas. Ha ocupado diversos cargos públicos en la administración local y autonómica. Realmente era una persona con don de gentes. Sin embargo, últimamente se encontró incapaz de hablar en pleno consejo. Cada vez que se acercaba la fecha de un debate en el que debía participar, notaba cierta inquietud o ansiedad anticipatoria. El día señalado lo pasó realmente mal y le costó mucho darle un giro a su discurso (aunque su asesor le indicó que no podía contar nada). Sintió que se quedó en blanco y su boca se secó, sin saliva. No entendía muy bien por qué todo esto era así ahora. Investigando, acabamos localizando el inicio de su problema el día que, sin saber por qué, dejó un espacio en blanco en un discurso ante la asamblea. Obtuvo una gran risa y varios chistes de todos los presentes en los días siguientes. Esos días lo pasó realmente mal, llegando a pensar que estaba al principio del final de su carrera política. Su ánimo mejoró después, pero el temor de volver a quedarse en blanco en ese tipo de acto público permaneció.
Teresa siempre había sido una chica relativamente tímida, aunque tenía buenos amigos. Desde que empezó la universidad notó que le costaba más estar tranquila en los exámenes. Fue una buena estudiante desde la primaria, trabajadora e inteligente. Lo que otros llamaban una niña buena, definición que a ella siempre le había molestado un poco. De alguna manera, estableció una relación entre cómo la valoraban los demás y cómo debería sentirse ella misma. Más tarde quedó claro que su ansiedad ante los exámenes tenía mucho que ver con la anticipación de un suspenso: ¡¿qué pensarán los demás?! No es que estudiara para complacer a los demás, como decía, pero puso el listón muy alto y necesitaba aprobar a toda costa. Por lo general, terminaba llorando después de uno o dos exámenes, y no era raro que obtuviera una de las calificaciones más altas de la clase en ese mismo examen.
3.1 Cómo cambiar tus pensamientos negativos
Tus pensamientos negativos sobre lo que la gente pensará de ti o lo mal que lo pasarás son la causa de tu ansiedad.
Lo que te genera ansiedad no es la situación en sí, sino tu interpretación de la misma. Imagina que un amigo llega tarde a tu cita. Puedes pensar que ha tenido un accidente y te preocupa, que se ha encontrado con el tráfico y te frustra, o que no eres tan importante para él y te entristece.